9.11.14

Los veteranos dominicanos de la guerra en Irak: 10 años en el olvido



Santo Domingo

La guerra fue en un lugar remoto donde la arena es blanca y fría.

Sentado en su silla de ruedas, en la pequeña sala de la casa donde vive con su esposa y cuatro hijos, cuya renta apenas alcanza a pagar, en un barrio humilde de Santo Domingo, el teniente del ejército Wilkin Cuello González recuerda la primera vez que tocó aquella arena.

Era el 11 de febrero del 2004. Los 302 soldados llegaron de noche, tras casi 12 horas de viaje en autobús desde Kuwait a Diwaniyah, una ciudad al sur de Baghdad. Hacía demasiado frío para González y muchos de sus compañeros que nunca antes habían experimentado el invierno. Era la primera vez que salían de República Dominicana.

Entre el 2003 y el 2004, un puñado de países pequeños y de escasos recursos envió cientos de soldados a Irak para asistir en tareas de restauración, como parte de la llamada Coalición de los Voluntarios. La República Dominicana envió unos 600 hombres en dos contingentes, que se convirtieron en la primera generación de militares de la historia moderna de ese país en participar en un conflicto bélico en el extranjero. Algunos jóvenes, como González, se unieron a la aventura con la esperanza –alimentada por presuntas promesas económicas que no se cumplieron– de un futuro mejor.

A una década de su salida de Irak, sus servicios han recibido poco reconocimiento en Estados Unidos y en su propio país, donde no existe un departamento de Asuntos para Veteranos ni una legislación similar al G.I. Bill que los proteja.

Ningún miembro de la tropa dominicana murió o sufrió heridas serias en Irak, y aparentemente ninguna institución mantuvo registros de sus condiciones de salud. Las anécdotas sobre veteranos con crisis de nervios o involucrados en episodios de violencia son apenas leyendas urbanas.

El Nuevo Herald entrevistó a una decena de soldados que hablaron en condición de anonimato por temor a perder sus empleos. Sus testimonios indican que han experimentado algún tipo de trauma. Pero en un país con un estigma negativo de las personas con problemas siquiátricos, muchos hombres no reconocerían que están afectados.

“Aquí eso de servicio a los veteranos no existe”, comenta González, de 34 años de edad y a quien un accidente lo dejó en silla de ruedas unos meses después de regresar de la guerra. “Las cosas no son como en las películas. Eso es allá [en Estados Unidos] que los veteranos tienen un hospital, y la gente se para y los saluda cuando los ve en uniforme. Y les dan preferencia en los aviones”.
La renuncia del canciller

Hugo Tolentino Dipp era el Ministro de Relaciones Exteriores en el 2003, cuando el presidente dominicano Hipólito Mejía anunció su apoyo incondicional al gobierno del presidente George W. Bush en la lucha contra el terrorismo y la invasión a Irak.

La noticia lo tomó por sorpresa en París, a donde había llegado a tratar asuntos oficiales. Desde allí envió su carta de renuncia al presidente Mejía.

“En mis discursos en las Naciones Unidas yo expresaba que las decisiones no debían ser tomadas de manera unilateral frente a Irak, refiriéndome al deseo de los Estados Unidos de intervenir”, dijo recientemente Tolentino Dipp, de 84 años y quien ahora es diputado nacional. “No podía contradecir al presidente así que presenté mi renuncia”.

La medida resultó ser una de las más impopulares de Mejía, y algunos analistas piensan que influyó en su fracasada campaña por la reelección en el 2004.

“Las guerras son terribles casi siempre, inclusive para los ganadores, porque les deja una secuela terrible”, opinó el ex canciller, quien asesoró al líder de los militares que lucharon contra la intervención militar de EEUU en Republica Dominicana en 1965. “Yo no supe qué tan afectados habían vuelto esos muchachos de Irak”.

Falsas promesas

González mantiene la vista fija en el techo mientras habla de su sueño, como si quisiera evitar las lágrimas.

“Yo fui a Irak con ilusiones”, dice, y pausa por unos segundos. “Quería tener una vida mejor, una casa más grandecita, un carro”.

Quería vivir la experiencia de la guerra y se dejó seducir por las promesas de sus superiores, quienes supuestamente le dijeron que recibiría un viático a su regreso. También le habrían prometido una vivienda en un barrio que el gobierno construiría para las tropas. Los soldados recibieron sus sueldos regulares mientras estuvieron en Irak.
González antes de la caída que lo dejó en una silla de ruedas
Nueve de los 10 entrevistados por el Nuevo Herald en septiembre y agosto ofrecieron una versión similar a la de González sobre las promesas incumplidas. La cantidad de dinero que les dijeron que recibirían varía dependiendo de sus rangos, pero algunos aseguran que fue de $400 cada dos semanas mientras estuvieran fuera.

Casi dos años después de regresar de Irak, los veteranos recibieron un único pago mucho menor al que les ofrecieron originalmente, que fluctuó entre $500 y $1,200. Uno de los entrevistados insistió en que nunca hubo promesas ni pagos.

El Nuevo Herald no recibió respuesta a un pedido de registros públicos a la Secretaría de las Fuerzas Armadas dominicanas para obtener documentos que detallen las responsabilidades y beneficios establecidos para los soldados desplegados a Irak. Los militares dijeron que no firmaron un contrato.

“En la guardia nadie firma papeles”, dijo un veterano que viajó en el primer grupo, en junio del 2003. “Tú simplemente haces lo que te dice tu superior y ya. Yo no sé cuál era la necesidad de hacer promesas falsas, si de todos modos teníamos que seguir ordenes”.

La constitución dominicana prohíbe a los militares sufragar o deliberar sobre asuntos públicos. Los veteranos, que aún son militares activos, insisten en que podrían terminar en la cárcel si sus nombres son revelados.

El Nuevo Herald solicitó permiso a las respectivas secretarías de la milicia para realizar las entrevistas. Nadie contestó a las peticiones hechas por correo electrónico, llamadas telefónicas y en persona en sus oficinas.

“No se debe jugar con la dignidad de un hombre y el gobierno dominicano jugó con la dignidad de 600”, continuó el veterano. “Y nosotros tenemos que quedarnos callados sin protestar. Eso me ha puesto a pensar que las instituciones castrenses son como una dictadura”.

Cuello viajó desde Santo Domingo hasta Diwaniyah, una ciudad al sur de Bagdad, Irak, en 2004.
La tragedia


González aceptó contar su historia porque no es un militar activo. Desde su accidente está bajo una licencia médica.

Vive en el mismo barrio pobre donde dejó a su familia para ir a la guerra.

Comparte una de las dos habitaciones de su casa con Bartolina Medina Rosario, con quien se casó a los 15 años. Sus hijos, Onix, de 18 años, Estephanie, de 17, Luz Esther, de 14 y Cristal, de 10, duermen en el cuarto de al lado.

Cobra $190 al mes y paga unos $160 de renta. Su esposa gana $70 mensuales atendiendo una banca de apuestas. No cocinan desayuno y algunas veces tampoco hay dinero para cenar.

En la recámara de González apenas cabe su cama, una cómoda y una mesa de noche. Sus uniformes militares cuelgan de una cuerda amarrada de pared a pared en el closet sin puertas. Al lado de sus botas hay dos ruedas viejas para su silla, que usa para practicar deportes. En las paredes amarillas cuelgan gorras y medallas de sus maratones.

De Irak llegó intacto, al menos físicamente.

Fue 10 meses después, mientras trataba de reparar una antena de televisión en la azotea de la casa, que recibió una descarga eléctrica tan fuerte que lo lanzó al suelo. Cayó de espaldas sobre el pavimento y se quebró la columna vertebral, tres costillas, una clavícula y una mano. Permaneció tres meses en el hospital. Casi cada noche su padre Carlos Alberto Cuello se echaba a dormir en el piso a su lado.

Salió del hospital con un hueco en la pierna izquierda provocado por una úlcera de presión, y necesitaba un trasplante de carne rápidamente. Un día su padre salió a buscar un dinero prestado para pagar por la cirugía y lo atropelló un autobús. Murió en el hospital por una embolia pulmonar.

“Entré en una depresión tan fuerte, porque ya no era asimilar mi problema de que quedé en una silla de ruedas, sino también que perdí a mi papá. Eso era lo que más me dolía”.

Quería quitarse la vida y contempló varias formas de hacerlo sin causar mucha alarma. Un coctel de píldoras, veneno, una cuerda. Una tarde, encerrado en su cuarto, González golpeaba un revólver suavemente contra su sien y pensaba en la arena de Irak.

“Pensé ‘mierda, yo llegué vivo de Irak y me voy a morir aquí en una silla de ruedas’ ”.

Recordó el largo itinerario de vuelo, sentir la arena fría por primera vez, la promesa de una vida mejor. Luego colocó el revólver en su regazo.

De izquierda a derecha: Felipe Palacios, Aquiles Montero, Wilkin Cuello González y Daniel Heredia

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El general

En un extremo del escritorio del ex Secretario de las Fuerzas Armadas dominicanas reposa un reloj de arena blanca, que permanece calmada en el bulbo inferior.

José Miguel Soto Jiménez se acomoda en su asiento de cuero marrón, detrás de un gran escritorio de madera repleto de libros, dos computadoras portátiles y un cigarro a medio fumar. La oficina desde donde dirige su organización política, V República, es un salón enorme, decorado con paneles de madera, y papel decorativo de rayas verticales.

La pregunta que el presidente Mejía le hizo en el 2003 fue directa:

“¿Soto, estamos en capacidad de mandar soldados a Irak?”. El general respondió que sí.

“Nosotros decimos que los militares no trazan la política, son un instrumento de ella”, explica Soto Jiménez. “En esa tesitura, mi encargo era responder a un pedido del presidente”.

El general dijo que envió a sus hombres mejor entrenados y mencionó con cierto orgullo los nombres de algunos que ahora ocupan puestos importantes en la milicia dominicana.

Una vez más, negó lo que él llama “un viejo rumor” de que el gobierno de Estados Unidos haya aportado dinero para los gastos de las tropas.

“Nosotros cubrimos absolutamente todo, es más, hasta las municiones llevamos”, aseguró. “Si políticamente hubo algún beneficio por nosotros participar en eso, lo manejó el plano político”.

Antes de que el primer contingente de soldados partiera hacia Irak, Soto Jiménez dijo que acudió a la embajada estadounidense, a pedir un viático para los soldados.

“La respuesta de la embajada, que yo entendí perfectamente, fue que no se trataba de mercenarios, sino de miembros de las fuerzas armadas”.

Dijo que la primera tropa recibió $250 cada uno antes de partir. Para Navidad, Soto Jiménez los visitó en Irak, y les entregó $200 más.

“Eso fue un regalo del presidente”, dijo Soto Jiménez. “Yo pienso que hasta mucho se les dio”.

Sin embargo, los reglamentos del gobierno dominicano establecen que el país debe pagar un viático mensual adicional al sueldo a los soldados en misiones en el exterior. De acuerdo con Soto Jiménez, esa pago sólo aplicaría a militares que estén recibiendo entrenamiento en otro país.

Memorandos clasificados filtrados por Wikileaks, indican que los funcionarios de la embajada americana en Santo Domingo estaban conscientes sobre la incapacidad del gobierno dominicano de pagar los viáticos a los soldados. De acuerdo con un memorando enviado al Congreso de EEUU el 5 de mayo del 2004, la embajada había estimado el costo general de la misión dominicana en Irak en unos $807,000.

La Coalición de los Voluntarios

A principios del 2003 el presidente Bush anunció un grupo de países habían ofrecido su apoyo en la invasión de Irak, enviando tropas o de manera logística. Poco después los medios empezaron a publicar reportes sobre los beneficios que decenas de esos países recibieron a cambio de su apoyo público a la invasión. Las naciones habrían logrado ayuda económica, cancelación de algunas deudas, o mejorar sus relaciones con Estados Unidos.

¿Qué recibió la República Dominicana?

El Nuevo Herald no ha obtenido una respuesta del Departamento de Estado a esa pregunta. Mejía no respondió a múltiples pedidos de entrevistas a través de su vocero para este artículo.

Pero reportes y opiniones de personas familiarizadas con su administración indican que inicialmente Mejía habría anticipado el apoyo de los Estados Unidos en su campaña de reelección en el 2004. Sin embargo, tras la retirada de las tropas españolas y hondureñas, y en medio de una crisis financiera nacional, el presidente mandó a sacar al segundo contingente en mayo del 2004.

Ya era demasiado tarde. El descontento popular incrementaba con cada noticia que llegaba de Irak sobre los ataques con fuego de mortero a la base Santo Domingo –un recinto universitario abandonado donde permanecían los soldados dominicanos.

“Nuestras tareas no estaban muy claras”, dijo un veterano. “Cuando empezamos a hacer preguntas fue que se nos dijo que nuestras responsabilidades incluían seguridad de convoy, traslado de combustible, cuidar una planta de agua para que no se roben el agua los insurgentes”.

Una de sus misiones fue proveer seguridad en un estadio donde los familiares de soldados iraquíes muertos hacían línea para recibir una indemnización. Estaba pensando en Santo Domingo. Su mujer le había dicho por teléfono que sólo le habían entregado una vez la bolsa de alimentos que el gobierno prometió dar mensualmente a los familiares de militares en Irak.

Vio como dos automóviles viejos se abrieron camino entre los cientos de personas en el lugar y de repente escuchó un estruendo. Su reacción fue cubrirse la cabeza y agacharse. Los sobrevivientes corrían hacia la salida y cuando por fin pudo entrar a asistir vio piernas, brazos y cabezas esparcidas por todos lados.

“Ese mismo día yo decidí que yo estaba ahí para sobrevivir y tratar de volver vivo a mi casa”, dijo el veterano, quien es hijo único. “Todavía al sol de hoy yo tengo pesadillas con esa vaina”.

Parada detrás de él, la madre de su hijo de 4 años hace movimientos circulares con su dedo índice a la altura de la oreja y dice: “fue así que vino de Irak”.

Es una expresión común en la cultura popular al hablar de los veteranos.

“Esos muchachos vinieron loquitos de por ahí”, comentó la madre de uno de los soldados entrevistados por el Nuevo Herald. “El mío dormía con una pistola al lado, y se espantaba con cualquier ruido. Yo creo que por eso lo dejó la mujer. Ahora es que él está bien”.

Pero otro veterano admitió que es difícil lidiar solo con sus recuerdos.

“Yo no estoy loco, no. Lo que pasa es que uno vio demasiada destrucción, hambre y miseria por ahí, y eso no es fácil sacárselo de la cabeza”, dijo el veterano, que tiene tres hijos y gana unos $390 mensuales.

“Aquí hay ricos y hay pobres y hay gente más o menos. Pero por ahí [en Irak] casi todo el mundo era pobre, las casas eran de barro con piso de tierra, la gente tenía siempre la misma ropa y no nunca vi un muchacho yendo a la escuela”.

Algunos de sus compañeros se divorciaron al regreso de Irak. “Las mujeres les decían que ya ellos no eran los hombres de quienes ellas se enamoraron y que ellas no querían un loco en su casa”, contó.

Él quedó viudo poco tiempo después de su regreso. Durante su ausencia su esposa empezó a fumar compulsivamente y en sus conversaciones telefónicas sonaba siempre histérica. Cree que la mató “una crisis nerviosa” porque se le cayó todo el pelo, y un día no despertó.

El presidente Mejía habría expresado su preocupación por la repercusión negativa de la guerra durante una reunión con el entonces embajador de Estados Unidos en República Dominicana, Hans Hertell, a finales del 2003, de acuerdo con una serie de cables filtrados por Wikileaks.

El embajador advirtió a Mejía que la noticia de una posible retirada provocó reacciones fuertes en los más altos niveles de Washington, de acuerdo con un memorando del 3 noviembre del 2003.

Tras una pausa, el presidente contestó con una expresión sería: “Ellos permanecerán allí”.

Más tarde la embajada habría acudido al ex presidente Leonel Fernández, quien retaba a Mejía en las elecciones del 2004, para mantener el tema de las tropas fuera de la contienda. Hertell pidió al oponente abstenerse de criticar públicamente la decisión de Mejía de enviar hombres a Irak. Fernández obedeció. Y ganó las elecciones.

La guerra en casa

González regresó a casa bajo arresto. Tuvo una pelea con un compañero, le lanzó su casco y le rompió un dedo. El incidente le costó 30 días de castigo que terminó de cumplir en una celda militar en Santo Domingo.

Ahora todo eso es sólo un amargo recuerdo.

Cada sábado pasa medio día en la escuela, terminado el octavo grado en un programa para adultos. En la semana trabaja reparando aparatos eléctricos desde su casa para ayudar con los gastos. Su escape es el deporte. Su amigo Daniel “Willy” Figueroa, un vecino que se enfermó de polio cuando pequeño y al que una pierna no le terminó de crecer, lo convenció para que fuera a un centro de rehabilitación, donde empezó a ejercitarse y superó la depresión.

Cuando completó su primer maratón, su familia estaba esperándolo en la recta final. Ahora González sueña con participar en el maratón de Nueva York.

“La vida entera es una guerra”, dijo González el 11 de septiembre en su fiesta de cumpleaños. “Pero yo la voy ganando”.

Este reportaje especial fue patrocinado por el International Center for Journalists.

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